Fundación Eduardo Lasprilla

FUNDAMENTOS DE LA IDENTICOPATÍA

Habiendo dado una imagen muy laxa de la misma en la primera entrega, en virtud del poco espacio con el que aquí cuento, me propongo ir desarrollando los fundamentos de esta Medicina, en futuras entregas, para que así el interesado en estos menesteres le siga el rumbo a la exégesis que demanda la comprensión de esta terapéutica. En ese derrotero entonces, abordo el primer fundamento, la disensualidad semántica. La Semántica Disensual fue mi primer descubrimiento, para el cual he publicado ya 8 tomos. La Identicopatía fue mi segundo hallazgo, para el cual llevo publicado 4 obras y en preparación están otras tres. En total, mis libros suman la módica suma de 22 ejemplares, hasta el momento, dado que están en proyecto otros más, con la intención de dejar mi obra completa, en tanto y en cuanto Dios me tenga con vida.
Pensadores brillantes del pasado percibieron que la filosofía, la psicología, las ciencias, la pedagogía y, peor aún, la Medicina clásica, estaban atiborradas de errores, gracias al lenguaje ordinario, pero nunca dieron con el extraordinario. Entre tales pensadores destaco a Confucio, Epicteto, Antístenes, Bréal, Wittgenstein, Korzybski, Jaspers, Husserl, Mill, Pániker, Hamann y otros que todavía están entre nosotros, como es el caso de Wilber y Capra. En mis obras expongo sus puntos de vista al respecto, por lo cual no voy a ser reiterativo aquí. La semántica disensual deja clara la idea de la consensualidad del lenguaje ordinario, derivada de la pragmaticidad con la que se lo adquiere, desde la infancia misma, además de ser fatalmente reforzada durante toda la vida del hombre inferior, en una total inconsciencia del proceso, por parte, no sólo de ignorantes en la materia, sino además, y esto es lo peor de la tragedia, por parte de doctos, cultos, letrados y demás sedicentes intelectuales del mundo académico. En esa inconsciencia pasaron sus vidas la Premodernidad y la Modernidad. La Postmodernidad, con su giro lingüístico, puso el dedo en la llaga, poniendo al descubierto el desfase semántico, pero sin dar con la solución. Ésta vendría a ser dada por la Semántica Disensual, cuya paternidad me pertenece. El lenguaje disensual es el lenguaje extraordinario y el típico de la Pos-postmodernidad, que los postmodernos no pudieron encontrar.
La consensualidad semántica es la esencia del lenguaje ordinario y nos sirve sólo para parlotear sobre las cosas más elementales de la facticidad. Es el instrumento comunicativo de lo básico del hombre inferior y lo mantiene atado a una vida superficial y baladí. Y cuando se sofistica un tanto dicho lenguaje, entonces cobra cierta excelsitud en la mente del humilde itinerante de la calle y de los ingenuos discentes de la academia, para colapsar más tarde en sus fallidas pretensiones de erigirse en el instrumento, por excelencia, del saber universal. La consensualidad es el soporte de la ilusión primaria, en la que vive el 99% de la población del mundo. Para categorizar los referentes, la estructura y la dinámica de la essidad este lenguaje no es un instrumento, sino un tenaz impedimento, gatillando la tragedia del hombre inferior, sin posibilidad de solución alguna. Tanto peor es la suerte de la Medicina, por cuanto, o llamamos las cosas por sus nombres o nos vamos de narices contra la patología, como es la realidad clínica actual y el enorme fárrago de enfermedades incurables, con las que lidia el médico clásico y su desdichada pacientela.
Con la inmejorable ayuda de la alteronimia lexical de la semántica disensual, estamos en condiciones de categorizar debidamente los referentes de la patología y así capturar las válidas relaciones de sus estatus ontológicos, permitiéndonos, con la ayuda de la simbología clínica, conocer la causa de las enfermedades, sin excepción alguna, y así, en correlación con la psicofilosofía perenne, las ciencias de la complejidad y el pluralismo lógico integrado, dar con la visión centáurica de la Medicina, para prodigar la curación de un superlativo número de enfermos, cuyo destino, en manos de la alopatía, no es otro que el de una obligada distanasia. Con el engranaje conceptual de estos fundamentos iremos limpiando la maleza semántica que empantana la comprensión de la estructura y la dinámica internas del hombre, su patología, su curación y su razón de estar en este mundo. Y quiero terminar esta entrega con las sabias palabras de Hipócrates, que bien debe uno repetirlas a cada uno de los pacientes. Esto nos dijo el sabio helénico: “Antes de curar a tu paciente, deberías preguntarle si está en condiciones de abandonar las cosas que lo han enfermado.”  De acuerdo con lo que me han prodigado mis seis décadas en la investigación seria, debo reconocer, con total honestidad, que soy pesimista al respecto. Porque aprendí de los chinos, que “la zorra cambia de pelo, pero no de costumbres.”

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FUNDACIÓN PARA LA INDUCACIÓN, EL CRECIMIENTO INTERNO Y LA IDENTICAPATÍA – EDUARDO LASPRILLA

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